La mayor parte de los niños no tienen problemas con su apetito en los primeros años de vida, pero hay un alto porcentaje de ellos que en algún momento, por lo general del primero al tercer año, reducen considerablemente la cantidad que habitualmente vienen comiendo. Algunos padres, desconcertados por este hecho, recurren a todo tipo de suplementos y medicamentos para incrementar el apetito; sin embargo, la posibilidad de éxito con estos es muy poca, porque la mayor parte de los casos de inapetencia en la primera infancia se debe a una intolerancia a las proteínas de la leche, especialmente a las de fórmula.
Están en mayor riesgo de sufrir intolerancias alimentarias aquellos niños que un día tuvieron reflujo gastroesofágico o cólico del lactante.
La intolerancia a las proteínas de la leche suele pasar inadvertida por los padres, debido a que la mayor parte de ellas no causa una verdadera enfermedad intestinal, sino síntomas de mala digestión, a los cuales los padres no suelen dar ninguna importancia. El problema es que si la intolerancia a las proteínas de la leche no se descubre oportunamente, termina por producirse intolerancias alimentarias múltiples. Es decir, intolerancia al gluten, al maíz, a los frijoles, al huevo, etc.
En todo este proceso, la inapetencia crónica o intermitente del niño es tan solo uno de los síntomas de la intolerancia alimentaria. A la par, suele haber flatulencia, fetidez de la materia fecal, distención abdominal, mal aliento, eructos fuertes, hipo, estreñimiento o heces semilíquidas o muy blandas con varias defecaciones al día.
La inapetencia suele asociarse con más frecuencia al estreñimiento. En cambio, el niño con heces flojas y frecuentes en el día suele tener muy buen apetito. Pero curiosamente, el resultado metabólico es el mismo: pérdida importante de peso y a veces hasta de estatura. En el primer caso el niño se desnutre básicamente porque no come y en el segundo, aunque coma bien, pierde parte de su alimento sin digerir en la materia fecal.
El niño inapetente, por la razón anotada, suele ser muy selectivo con sus alimentos. Le encanta consumir comestibles y bebidas industrialmente preparadas, embutidos o carnes frías y alimentos fritos, pero rechaza la comida natural.
El niño inapetente también suele demorarse demasiado para comer sus comidas principales del día y los alimentos los mastica con desgano sin lograr deglutirlos. Los sostiene en la boca por un buen rato y luego los escupe o los traga de mala gana.
La solución en este caso es suspender de manera radical los alimentos que no son tolerados, especialmente la leche. Los primeros días son difíciles, puesto que el niño no quiere comer absolutamente ningún alimento, pero su apetito mejora espectacularmente al cuarto o al quinto día.
En este orden de ideas, si los padres estuvieran atentos a los síntomas de mala digestión de sus hijos y tomaran las medidas correctivas oportunas, podrían evitar múltiples enfermedades intestinales y sistémicas, que irán dando forma en la medida en que el niño crece.